diciembre 16, 2011

Cita XXII

Ocurrió en una de esas menguadas y oscuras tardes en el otoñear del año 1.279aC, cuando Eurtukio, el discipulo preferido del maestro, sorprendió a éste, con la mirada perdida, sentado frente al gran olivo que presidia el patio interior de la Academia de Teknas. El maestro seguía abatido por la pérdida de Tarkitia, la mujer de ojos claros y eterna sonrisa, que había sido sin duda el amor de su vida. Eurtukio, sin articular palabra se sentó junto al maestro, consiguiendo abrazar su silencio. Ptolomeo solo rompió ese silencio, para tras secarse sus ojos vidriosos, decirle:


"Eurtukio: Me enseñaron que un hombre no debe llorar, pero yo he descubierto, que una lágrima es el lugar más pequeño donde pueden esconderse los besos que no se pueden dar"